La funambulista emplumada

Ahora que mi balcón es un sanatorio pajaril, mi jazmín y yo podemos afirmarlo: todos los seres vivos tienen propósitos. Mi huésped paloma con sus cerebro casi reptiliano se empeña en auparse a un sitio que le preparo en alto y como las alitas le fallan, la terca de ella da su primeros aleteos de convaleciente y salta y no para hasta que lo consigue, a veces con más y otras con menos éxito. Pero si no lo consigue, ella persevera y entonces lo intenta trepando por las ramas de mi jazmín haciendo equilibrismos de funambulista conseguidora y emplumada.

Y os preguntareis, ¿qué tendrá que objetar el jazmín? Él se deja, está indefenso, no tiene plumas ni piernas. El precio que le exige a la perseverante es un poquito de ese fosforo precioso que defeca a diestro y siniestro. Y que después ya en mayo con esa alquimia antigua que le corre por la savia, transformará -para mi regocijo y el de los abejorros- en flores delicadas, perfumadas y blancas, tan blancas como la mismísima paloma.

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