El largo ahora

A las doce menos cinco
el reloj indica cuatrocientos siete.
El mar es una escalera
que remonta la montaña,
y abandona, infame, a las anémonas.

A las doce menos cinco
los negadores profesionales rasgan
sus camisas y sollozan
por la muerte del nevado.
Afuera la selva tiembla.

A las doce menos cinco
el océano enmudece.
Se ha marchado el cormorán;
solo el Ángel revolotea las olas.
El Niño se hace perpetuo.

A las doce menos cinco
el duelo arrastra la lluvia.
Detrás del viento llega la arena.
A los pobres -sometidos a la atmósfera-
les arrancan la esperanza.

A las doce menos cinco,
el planeta es diferente
y los hombres semejantes,
marchan sobre el polvo, indignos.
(¿Quién son estos que el dolor abate?)

A las doce menos cinco
la cinta transportadora se detiene.
En la tumba del glaciar: jazmín.
Sobre el círculo por fin es primavera,
pero es triste; y es la última.

Nota: En un complejo subterráneo de un remoto lugar de Texas, es pertinente apostillar que con el dinero del magnate de Amazon, se ha construido un artefacto humano al que llaman Reloj de diez mil años. El cucú de este reloj solo suena una vez cada milenio. Pretende ser un panteón que nos conecte al futuro, pero si este ingenio mecánico nos sobreviviera será un funesto homenaje a nuestra indiferencia hacia el presente; este presente en el que se nos está escapando de las manos la última oportunidad de amortiguar el sufrimiento.

Además, este poema es un pequeño homenaje a Lorca y al calendario cósmico de Sagan.


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