Un elefante en el salón.

Hace unos días en la Sexta hicieron un reportaje titulado La Era del Plástico. En él se evidenciaba la cantidad ingente de este residuo que inunda vertederos y mares. Ofrecía datos escalofriantes, como por ejemplo que en 30 años habrá más plásticos que peces en el mar. Y no sólo eso, también relataba la multitud de productos que consumimos que en su composición y/o envasado llevan algún tipo de plástico oculto. Todo ese plástico vertido en los océanos se descompone en partículas diminutas que acaban en los estómagos de los peces y por ende en nuestros estómagos.     

Rodeados como estamos de todo tipo de envases adornando nuestros paisajes urbanos y rurales, a nadie se le escapa que la gestión de estos residuos se convierte en una cuestión de salud pública y medioambiental. De hecho uno de los datos que ofrecía el programa es que algunos de nuestros países vecinos se habían puesto serios con la regulación del uso de las bolsas  y es que en los países en vías de desarrollo la contaminación de residuos plásticos es tan grande y grave que son numerosos los gobiernos que están imponiendo regulaciones estrictas con respecto a su utilización.

A continuación el reportaje empieza a tratar los problemas de salud que puede ocasionar u ocasiona estar en contacto con estos materiales. Hay estudios serios que nos advierten que estar expuestos a determinados compuestos como el Bisfenol A presente en plásticos, policarbonatos y resinas, (es decir prácticamente en todo tipo de utensilios de cocina, envases,  latas de conservas y hasta empastes dentales), tienen una relación clara con enfermedades como  el cáncer de mama, diabetes, alergias, esterilidad, pubertad precoz y trastornos de demencia. Francia así lo reconoce y ha prohibido desde hace tiempo su uso en las latas de conservas.  Lamentablemente no es así en España ni en el resto de Europa, como pudimos escuchar  en el susodicho reportaje en boca de un representante de la industria  parapetado tras una normativa que les protege y que les permite echar balones fuera.

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El hilo narrador del reportaje es muy claro. Plantea el problema, habla de sus consecuencias y da  voz a los protagonistas para acto seguido pasar a las alternativas. Y es en ellas donde me quiero detener. En el programa entramos en el domicilio de unos valientes activistas que  hacen esfuerzos sobrehumanos para eliminar todo rastro de plástico en sus vidas. Tamaña tarea es tan elogiable como gigante, y tan gigante, como ineficaz.  Como ineficaz es reciclar. Nos tienen delante del contenedor de reciclaje entonando un Mea Culpa, trasladando el problema de los residuos a la esfera personal y despolitizándolo. Pero poco o nada se habla de los fuertes intereses económicos de la industria del envase en estrecha simbiosis con la del reciclaje. Jorge Riechmann en su libro Moderar Extremistan lo llama ética del encubrimiento o ética de la distracción,  y como él mismo dice el verdadero elefante en la habitación es el capitalismo global, pero esto no sale en los medios, ni mucho menos en el programa de la Sexta.

En Colapso de Jared Diamond, el autor cuando habla de aquellas sociedades que supieron coger el rumbo de sus vidas  evitando la catástrofe, describe dos mecanismos diferentes como motor del cambio. En sociedades pequeñas, es factible que la solución a los problemas comunes venga de abajo hacia arriba, es decir que un número  x de ciudadanos conscientes sean capaces de provocar un cambio cultural modificando sus hábitos. Sin embargo en aquellas sociedades demasiado grandes, las soluciones suelen venir de arriba hacia abajo. Un cambio legal y normativo puede provocar un cambio cultural a medida que va calando en la sociedad y por regla general el cambio será mucho más rápido.

La contaminación de residuos plásticos es tan descomunal y afecta de forma tan global a todo el planeta que es ingenuo pensar que porque algunos de nosotros nos pongamos a evitar todo plástico o a reciclar como ‘buenos ciudadanos‘, vamos a detener a tiempo la catástrofe. Es imperativo cambiar el modelo de producción y de envasado por otro que fomente el uso de los envases retornables, la venta a granel, que encarezca el precio de los plásticos y que se fomente el envasado con materiales biodegradables. Para ello hay que cambiar el marco legal  que además debe ser común a todos los países del mundo.

Por todo esto, aunque buscar la coherencia individual es importante porque nos reconforta y nos hace ser mejor personas,  seamos realistas, más ambiciosos y menos manipulables. No olvidemos la acción social y la presión política, la ética de lo colectivo, porque en este mundo globalizado donde el crecimiento económico prevalece sobre cualquier principio ético, es el ámbito de acción que de verdad nos traerá los cambios que necesitamos con la celeridad que nos hace falta. Citando finalmente a Jorge Riechmann en Autoconstrucción:   No bastan –ni de lejos— las apelaciones bienintencionadas a la transformación personal. “Tratar de cambiar el mundo simplemente cambiando el corazón del hombre y de la mujer, sin cambiar las estructuras, puede constituirse en una excusa para dejar todo como está”. 


Relacionado con el tema de este texto os enlazo este otro que escribí unos meses más tarde: “De cuando lo insignificante es lo importante”

Felix Rodriguez de la Fuente. La civilización de la basura:

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