Y acudo al arbolado,
donde no me siento extraña
donde el aire puro, determinado,
arranca la añoranza a esputos
y pulveriza mis lágrimas en diminuto rocío.
Y por fin, el agua vuelve al agua.
Y acudo al lugar
donde la enramada me llama,
y bailo, bailo, bailo
al son del viento
y llueve, llueve, llueve
y los pájaros descansan confiados
sobre mis manos abiertas.
Allí me abandono,
minúscula y leve en mi tristeza,
nadando en la memoria
de las horas que se fueron,
emboscada en medio de este desconcierto.
Mujer insignificante,
una más entre los diez mil seres
que nos rescatan y nos recuerdan
que ninguno es mejor que el viejo árbol
que habita el mundo.
Y allí está el viejo salce,
mi viejo amigo,
extendido en las entrañas del planeta
vetusto milagro que propicia todas las edades
desde que esta roca redonda
respira y late.
Salvia blanca y espesa que antecede a nuestra sangre,
de paz repleto.
Todo empieza por su nombre
y en sus sombras
nosotras y nosotros, hombres y mujeres,
adquirimos el sentido.
Dibujo “Bosque en pena” de Lorena Quilo