Podría navegar por tus ojos,
confiando la tarde a su huella,
hasta alcanzar el astro rutilante
que parpadea en su fondo, incesante.
Son tan pausados que asemejan remanso,
son tan amables que parecen un faro.
Podría echar las velas en tu bondad,
tumbarme a soñar.
Segura, a tu lado,
no tendría zozobra, ni tempestad.
Tranquila y tendida,
en la marisma de tu amparo,
creyendo que nadie me puede hacer daño.
Podría pasar una hora
o cien horas,
escuchando y mirando tus labios
contando uno a uno tus dientes,
y perdiendo mil veces la cuenta
de las veces que encuentras en mí,
ese poso de tristeza que intento vestir.
Podría desatar diez poemas,
ninguno de amor, ninguno de penas,
y en cada verso blanco dibujaría,
sílaba tras sílaba,
el paréntesis de tu compañía.