El nómada que deambulaba en patinete eléctrico.

Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.
Por eso nos sentimos semejantes al trigo.
No reposamos nunca y eso es lo que hace el sol,
y la familia del enamorado....

Miguel Hernández

Homo Sapiens nómada

Nuestra historia como “homo sapiens” se remonta a unos 300.000 años atrás. Durante miles de generaciones nuestros antepasados partieron de algún lugar de África y alcanzaron con sus dos pies casi todos los rincones del planeta. Durante todo ese tiempo fuimos recolectores y cazadores en pos de la primavera o alguna manada de rumiantes. Y sólo hace unos 10.000 años los hombres domesticamos el trigo, empezamos a cultivar y nos hicimos sedentarios. Nuestro pasado de agricultores abarca solo el 10% de la historia de toda la humanidad. El resto de nuestra historia, durante cientos de miles de años, hemos sido nómadas.

Trashumantes que deambulábamos buscando el sustento en territorios de unos mil kilómetros a la redonda. Mujeres y hombres hechos para caminar y estar en movimiento, dotados de una gran resistencia para recorrer grandes distancias. Desde los albores de la humanidad cuando el primer Homo Sapiens empezó a migrar, han pasado 65.000 años y aunque cultural y tecnológicamente nos separa un abismo, para los tiempos que requiere la evolución apenas ha sido un suspiro. Así que idénticamente a nuestros lejanos familiares tenemos la misma capacidad física y la misma necesidad de movimiento.

1 litro de gasolina equivale a 4 días de trabajo de un adulto sano

Pero aparquemos por un momento a nuestros tatarabuelos y volvamos a nuestras sociedades industriales. “1 litro de gasolina equivale a 4 días de trabajo de un adulto sano”, esta frase encierra la clave de nuestra civilización. En un momento de nuestra historia reciente descubrimos el petróleo, una fuente de energía tan poderosa que podemos definir como sobrehumana. El petróleo nos ha dado la capacidad de mover materiales de parte a parte del planeta como nunca hubiera soñado aquel Sapiens andarín de nuestro pasado. Nos ha dado la capacidad de desplazarnos a una velocidad antaño inimaginable. Nos ha dado la capacidad de cultivar rompiendo los ciclos naturales de la tierra. El petróleo es el responsable de los servicios y comodidades que nos rodean.

Pero sobre todas las cosas nos ha dado la capacidad de alterar la biosfera y la atmósfera hasta el punto de que nos enfrentamos a una crisis ecológica multifactorial que – por primera vez en la historia de la humanidad- afecta al planeta en su conjunto y amenaza nuestra propia supervivencia como especie. No es por casualidad que se diga que hemos dejado atrás el Holoceno, la era que nos vio nacer, y que estamos inmersos en el Antropoceno. Somos una fuerza geológica que está modificando la tierra.

Cabe añadir que nuestra atmósfera saturada de CO2 ya no admite que sigamos quemando más hidrocarburos. Pero, además, aunque pudiéramos hacerlo, aunque no existiese ese cambio climático que nos exige que dejemos el petróleo bajo tierra, hace tiempo que estamos recorriendo la senda del descenso energético. Vivimos en un planeta de recursos limitados y el petróleo también está sujeto a estos límites. Esta realidad ensombrece gravemente nuestro futuro.

Levitando sobre el asfalto

A medida que avanza el siglo XXI, las crisis ecológicas, el cambio climático, el pico del petróleo, son realidades incontestables que muy lentamente van permeando el debate público. Sectores todavía demasiado minoritarios de la sociedad cuestionan cada vez más alto y claro temas como el modelo de transporte, la producción de alimentos o los residuos plásticos, etc.

Y en nuestras ciudades construidas por y para los automóviles, colectivos diversos empiezan a movilizarse reclamando una ciudad más amable y saludable para las personas. “Una bicicleta más, un coche menos” coreamos infatigables los grupos ciclistas. Pero de repente en nuestras calles, fruto del mercado en busca siempre de oportunidades de negocio, aparecen unos nuevos dispositivos de movilidad urbana: los patinetes eléctricos.

¿Cómo vamos a negar que son irresistiblemente atractivos? ¡Tampoco podemos negar que un patinete eléctrico en la ciudad puede suponer un coche menos! ¡Qué duda cabe que para muchas personas con limitaciones a la hora de andar pueden ser un buen sistema de transporte! Sin embargo, una ciudad plagada de personas levitando sobre el asfalto, más que una escena idílica y deseable se asemeja peligrosamente a aquel mundo distópico de “Wall-e” donde los seres humanos vagos y comodones habían perdido hasta la capacidad de usar sus propios pies.

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Tecnología blanda versus tecnología dura

Un patinete eléctrico en apariencia sostenible, limpio y amable es una tecnología dura. El corazón de este patinete está animado por una batería eléctrica responsable de generar la energía que lo impulsa. Este corazoncito fue fabricado tras un complejo proceso industrial que requirió de grandes cantidades de energía y de materiales raros como el litio. Y por si fuera poco a menudo no supone una reducción de las emisiones sino simplemente su deslocalización. Un corazón alimentado con la injusticia, la opresión y el genocidio de otros seres humanos que viven en los territorios donde se encuentran los yacimientos de estos minerales imprescindibles. Es una tecnología además que nos hace dependientes del mercado. Y para más inri es una tecnología que va contra nuestra innata necesidad de estar en movimiento o dicho de otro modo atenta contra nuestra propia salud.

Entre las brumas del colapso a veces somos capaces de atisbar un mundo nuevo. Pero ese mundo difícilmente responderá a las necesidades de la economía capitalista. Prácticamente casi todo lo que necesitamos para conseguir una buena vida sobre este planeta ya está inventado. Son tecnologías blandas; aquellas tecnologías que mejoran nuestra existencia sin interferir en el equilibrio de la biosfera y son tecnologías además democráticas, porque su control recae en los propios ciudadanos. Sin duda la bicicleta es una de ellas.

Con esto no quiero afirmar que los patinetes eléctricos o similares no tengan un papel en ese otro futuro de la humanidad. Lo que afirmo es que no pueden ser generalizables. De hecho, con la lógica capitalista de fabricar incesantemente para vender cacharros sujetos a una perversa e intencionada obsolescencia, casi nada es generalizable. Por eso es importante y necesaria la planificación. Aquellas tecnologías que pueden hacer las vidas de algunos seres humanos más fáciles son trascendentes, pero sin perder de vista que tienen un alto impacto y que la desmesura nos lleva a un callejón sin salida.

¿Qué fue de los dientes de sable?

Y en este punto de mi texto quiero cerrar el círculo y trasladarme a aquel momento en el cual nuestros tatarabuelos comenzaban el periplo que los llevaría a colonizar todos los continentes. En ese tiempo el mundo estaba poblado por unos mamíferos prodigiosos y gigantes. En Australia vivía un canguro que medía cerca de 3 metros de altura. En América había mastodontes y roedores del tamaño de un oso, felinos de dientes de sables y perezosos de más de 6 metros de altura. Tristemente dos mil años después de la llegada del Homo Sapiens todas esas especies desaparecieron. La historia lo confirma, la primera gran colonización del planeta estuvo marcada por la extinción. Allá donde llegó el hombre la gran megafauna desapareció.

Hoy que estamos en medio de la Sexta Gran Extinción ocasionada por, no lo olvidemos, nuestras actividades socioeconómicas, es tiempo de hacerse algunas preguntas: ¿qué derecho tenemos a exterminar y a arrinconar a otros seres vivos que son como nosotros verdaderos milagros evolutivos? Ecodependientes como somos, ¿podremos sobrevivir a nuestros compañeros de viaje? Y aunque pudiéramos, ¿merecerá la pena una vida en el planeta sin las huellas de los elefantes, el aullido de los lobos o el zumbido de las abejas? Si la respuesta a esta última pregunta es que no merecerá la pena, debemos desde ya dimensionar nuestra forma de habitar el planeta y tomar consciencia de nuestro lugar en él, de nuestra condición de primates andariegos, de nuestra necesidad de conectarnos con la naturaleza y de movernos con nuestro propio impulso. Aquel Homo Sapiens que nos precedió, caminaba incansablemente y tenía un cerebro privilegiado que le permitía conocer íntimamente el mundo que le rodeaba. ¿Preferiremos levitar sobre el asfalto? ¿O al fin retornaremos al placer de recorrer el camino con nuestras propias piernas?


Algunas de las ideas esbozadas en este texto las encontrarás desarrolladas en los siguientes enlaces:

Nota:

A lo largo de la historia se han buscado criterios para construir tecnologías que no deterioren la biosfera y favorezcan la equidad. Mundford, Schumacher, Illich, Mander y otros han propuesto lo que han llamado tecnologías intermedias o tecnologías blandas, siempre buscando fórmulas que permitan la sostenibilidad. Algunos de estos criterios son:

– Utilizan poca energía. 
– Son comprendidas y controladas por la comunidad que las utiliza y que es afectada por ellas.
– No generan dependencia.
– Están al servicio de la resolución de necesidades humanas.
– No concentran poder.
– Se manejan en pequeña escala.
– Son accesibles para quien las necesita.
– No emiten residuos que no sean asumibles por la biosfera.
– Permiten la creatividad humana y no la alienación.
– Se les aplica el principio de precaución.

Quizá la bicicleta sea un buen ejemplo de tecnología necesaria en un mundo sostenible. Consume poca energía, no requiere de grandes infraestructuras, es un bien accesible para muchas personas, pueden repararse y mantenerse por la comunidad que las utiliza, emiten pocos residuos y permiten un sistema de movilidad sostenible.

DE CAMBIAR LAS GAFAS PARA MIRAR EL MUNDO.

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