¿Es eso la soledad?

(Diario de un confinamiento)

No me importa ser cautiva, pero quisiera ser cautiva en una bahía extrovertida y abierta al mar; o entre sauces llorones que con el ímpetu de los que  abrazan te contienen y te despegan de la tierra;  o en un jardín tranquilo y dorado donde prosperaran las margaritas y las flores de un solo día se abrieran tan lentamente que el movimiento de sus pétalos desperezándose adquirieran la permanencia de los ciclos eternos de la luna. Quisiera ser una cautiva de viento, de polen, pero solo estoy cautiva de mí. A lo lejos siempre los azules tejados en el centro de estos días grises que me arrastran hacia el viaje con destino a ese lugar que se parece a mí y que nunca alcanzo. Y cuando estoy a punto de alcanzarlo, me sorprende la sinfonía del silencio. Cautiva en mí, apresada en la sinfonía de mi silencio.

Sin embargo, este silencio, este ser vuelto hacia dentro, no se parece al metal de esas otras ausencias, al de las voces que se apagan. Algo profundamente triste estremece nuestras ciudades. Una lluvia que enmudece, que ahoga nuestras más ancianas voces y les roba inmisericorde el último aliento. Un ejército de almas solitarias y desamparadas que planean sobre el cielo encapotándolo y se evaporan como una niebla de memoria colectiva que nos abandona y nos deja abajo, solas y descepadas. Se resisten, ocultan el sol, no quieren dejar el suelo.  Y yo, cautiva en mí, apresada,  pienso en estas almas nuestras de bruma silente, en esa soledad que sin asilo posible les rodea,  nos rodea, me rodea. Cómo duele esa soledad, cuánto duele ese silencio.

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