De los límites
La idea de dejar “Medio Planeta” a la vida salvaje y el otro medio a toda la humanidad y sus actividades es una idea muy interesante porque encierra en si misma el hecho de que este planeta tiene límites. Y además, que una de las manifestaciones de esos límites es precisamente que en el delicado equilibrio de la biosfera, una especie no puede apropiarse del espacio vital de otras sin causar graves perturbaciones ni provocar una severa reducción de la diversidad biológica. A estas alturas sabemos sobradamente que allí donde hemos desarrollado nuestras grandes urbes o en aquellos lugares del planeta donde hemos explotado/extraído sus riquezas materiales, esto siempre ha ido acompañado de una disminución y extinción de otras especies de animales. Así pues dejar espacio vital lo suficiente amplio para que la biosfera recupere paulatinamente su riqueza y su gran biodiversidad parece una muy buena idea.
Sin embargo si pienso en nuestra economía salvajemente globalizada, en nuestras sociedades sumamente complejas donde ya no hay fronteras que delimiten las consecuencias de nuestra actividad industrial, en esa atmósfera planetaria por encima ya de las 440 ppm de concentración de gases de efecto invernadero que está desestabilizando el clima del planeta y que amenaza con dinámicas de retroalimentación positivas aterradoras. Me doy cuenta que la idea así esbozada es muy insuficiente. No es la primera vez que los seres humanos se enfrentan a graves crisis ecológicas, pero sí es la primera vez que esta crisis ecológica afecta de forma global a todo el planeta, comprometiendo la supervivencia de gran parte de los seres vivos. Prácticamente la totalidad de las especies que poblamos la Tierra, hemos evolucionado en unas condiciones concretas de nuestro medio ambiente. Como Edward O. Wilson escribe en este mismo ensayo: “somos en cuerpo y alma los hijos del Holoceno que nos creó” y estamos muy lejos de poder adaptarnos a las nuevas reglas del juego que amenazas como el Cambio Climático pueden provocar en todo el globo.
Cuando reflexionas sobre los nueves límites planetarios propuestos por el Stockholm Resilience Centre, te das cuenta que la acidificación de los océanos, los usos del suelo, la dispersión de productos químicos en la biota, o la destrucción de la capa de ozono, son provocados por procesos locales que sin embargo tienen una grave repercusión planetaria. Estos procesos locales están íntimamente relacionados con nuestras actividades económicas y materiales. Por lo tanto no podemos hablar de proteger los ecosistemas donde todos los procesos de la vida están vinculados por complejas interacciones, si no se aborda cómo y de qué manera vamos a satisfacer las necesidades de las sociedades humanas.
Por esta razón creo que no basta tan sólo con dejar “Medio Planeta” a la vida salvaje para que sane sus heridas y restablezca su equilibrio. Es pertinente preguntarse qué pasaría con esa otra parte del planeta que los seres humanos ocuparíamos. Es más que pertinente preguntarse de qué forma resolveríamos cuestiones como la energía, la agricultura, los desplazamientos, etc. Y también es pertinente hablar del sistema económico puesto que un sistema económico basado en el crecimiento indefinido dentro de un planeta finito es inviable y de hecho este capitalismo atroz es una de las principales causas que nos están llevando a colisionar con los límites biofísicos del planeta Tierra.
Del decrecimiento
Y ahí es donde debería entrar la otra idea implícita en el concepto de “Medio Planeta” que defiende Wilson: el Decrecimiento.
Actualmente se estima que nos estamos apropiando de un 60% de la producción fotosintética del planeta. Otra forma gráfica de expresar la presión que ejercemos sobre los ecosistemas, es que el peso corporal de la humanidad, más todas sus mascotas y ganado abarca ya el 97% del peso de todos los mamíferos. Es evidente que debemos decrecer en consumo de materiales y recursos si queremos detener la acelerada extinción de especies en la que estamos inmersos. Por ejemplo, con una sola hectárea cultivada de papas o arroz se puede alimentar a 22 o 19 personas, mientras que si esa misma hectárea la dedicas a dar de comer al ganado sólo podrías alimentar a 2 personas. Si restringimos el espacio físico que podríamos utilizar para la agricultura, dejar de comer carne sería una de las primeras acciones que tendríamos que acometer. Y no es la única.
Otra de las patas del cambio sería el modelo agrícola. Nuestro actual modelo agroindustrial, posible gracias a los combustibles fósiles. Es un modelo sumamente contaminante que rompe los ciclos bioquímicos de la tierra y agota el manto fértil que permite la agricultura y el crecimiento de la vida vegetal. Este tipo de agricultura intensiva en cosechas no sería posible sin los fertilizantes de síntesis basados en el gas natural (y obtenidos con un elevado coste energético, no lo olvidemos) que aportan el necesario nitrógeno que las plantas necesitan para poder crecer. Pero ese excedente de nitrógeno aportado de forma artificial cuando llega a los ríos y a los océanos puede desencadenar un proceso devastador para la vida acuática que se llama eutrofización. Algo parecido sucede con el fósforo que movemos de parte a parte del planeta hasta agotarlo para mantener la productividad de la tierra. Es urgente transformar nuestro modelo agrícola por otro más respetuoso con los ciclos de la naturaleza y para ello deberíamos volver la mirada a la agroecología y la permacultura donde obtendremos muchas de las respuestas que necesitamos.
Tampoco se puede plantear la hipótesis de “Medio Planeta” sin abordar el tema de los desplazamientos de humanos y mercancías. Siendo el sector del transporte uno de los principales causantes del Cambio Climático, es imperioso para construir una sociedad sostenible que esté dentro de los límites, relocalizar todas nuestras actividades humanas. Y además debemos hacerlo no sólo por una cuestión de sostenibilidad sino también por pura resiliencia. Recuperar la soberanía alimentaria de los territorios, las pequeñas explotaciones agrícolas como los huertos, producir nuestra propia comida, “acercar el huerto a la mesa” son actividades que reducen las emisiones de dióxido y que nos permitirán dar de comer a millones de personas en un contexto de escasez energética. Y analizando el otro aspecto de esta cuestión, el desplazamiento de personas; Actividades como el turismo de masas, que mueve miles de aviones de continente a continente durante todo el año, son absolutamente insostenibles. Del mismo modo el coche privado también es absolutamente insostenible. Abandonar el automóvil, reducir nuestros desplazamientos y hacerlos en transporte público, en bicicleta o andando son hábitos que deberíamos adoptar desde ya.
Pero no nos engañemos ninguna de estas transformaciones será posible si no sobreviene un cambio cultural que transforme las bases del imaginario capitalista. En la cultura del “todo es posible”, en el imaginario del hombre individualista, casi “semi-dios”, en una cultura que promueve la satisfacción personal a través del consumo, en una economía que ata el bienestar al crecimiento del PIB, no será posible abordar ninguna de estas transformaciones. Puesto que todas ellas llevan implícito un componente de autocontención, sacrificio y reconocimiento de los límites, y todas ellas suponen en la práctica, el decrecimiento material y la simplicidad.
Una última cuestión a plantear, con muchísimo cuidado puesto que no todo vale, sería el tema de la población. Qué duda cabe que si constreñimos las sociedades humanas a la mitad del planeta. Tarde o temprano tendremos que contener el aumento demográfico puesto que nosotros también estamos sujetos a los mismos límites que el resto de las especies. Por lo tanto es ineludible que decrezcamos en número de personas. Pero para que ese proceso sea justo y no sea traumático y no raye en el fascismo deberíamos empezarlo ya, esencialmente alfabetizando y empoderando a todas mujeres del mundo.
Del tecnoptimismo
Finalmente tengo que decir que este ensayo me ha parecido muy bello y pedagógico. Se nota que el autor tiene un profundo conocimiento de la naturaleza y profesa un profundo amor y respeto por la vida. Es un libro importante que abre una ventana que nos permite asomarnos a la increíble complejidad y riqueza de la biodiversidad. Y creo que conocer esa complejidad, riqueza y vulnerabilidad es el primer paso para amar la vida y defenderla. No se puede amar lo que no se conoce. Por eso me han entristecido los últimos capítulos. El autor es conocedor de nuestra huella ecológica y reconoce las causas que la provocan pero se muestra inexplicablemente tecnoptimista. Lo que él llama un crecimiento económico intensivo es lo que suelen denominar como “desmaterialización de la economía”, algo que en la práctica no es posible y que pasa por encima de la paradoja de Jevons. En realidad aquellos países que han desmaterializado levemente sus economías reduciendo su impacto en el medio ambiente sin comprometer el crecimiento lo que han hecho realmente ha sido deslocalizar su producción industrial, empujando a un sector de su población al desempleo y la exclusión y arrojando fuera de sus fronteras los costes de la contaminación ambiental. Son habas contadas, el PIB, el uso de los combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono son directamente proporcionales. Por ello dentro de un sistema económico como éste, basado en el crecimiento indefinido, ninguna respuesta tecnológica nos entregará la llave del futuro.
Lo que me ha entristecido es que un científico naturalista como Wilson que sabe que somos ecodependientes, que compartimos destino con los seres vivos de este globo terráqueo, y sabe la transcendental repercusión que tendrá la “Sexta Gran Extinción” de las especies no encuentre respuestas más allá del tan manido imaginario colectivo que afirma que la “tecnología nos salvará”. Y pienso, que apremia crear espacios donde se integren las ciencias y las humanidades, espacios donde se profundice y se trabaje en esa visión holística del mundo que tanta falta nos hace. Pues las respuestas a esta encrucijada civilizatoria no la vamos a encontrar en la tecnoésfera. Primates morales como somos, las encontraremos en la ética y la filosofía. También creo, aunque suene cursi, que si no hallamos el modo de sentirnos vinculados a la naturaleza, si no recuperamos el amor por los bosques, por los otros seres vivos, sin una cultura de los cuidados nada de lo que hagamos funcionará. Tendríamos que buscar en nuestro interior a ese pequeño príncipe que nunca olvidaba cuidar a su rosa.
Nota: Este texto es el trabajo final de la asignatura de “Ética Ecológica Aplicada” a cargo de Jorge Riechmann, enmarcada dentro del Diploma de Especialización en Sostenibilidad, Ética Ecológica y Educación Ambiental
2 comentarios en «Sobre “Medio Planeta”»
No está mal… pero tiene varios sesgos. Por otra parte, Wilson también es valedor/creador de conceptos tales como consiliencia, biofilia, etc. No es tan tecnooptimista…
La conclusión de este libro sí es tecnoptimista.