Quise redimir tu recuerdo, aquellas horas tibias
en las que tu abrazo me rescataba del precipicio,
desalojando, de una vez, la imagen maldita
de tu ojos impasibles y tu mente desapasionada.
Pensé que una sola noche,
una sola noche de las de antes,
de las que latíamos al unísono en el patio de atrás
del sueño, bastaría para reconciliarme
con la memoria pervertida,
con esa herencia que me has dejado
de afectos descuidados, sin escrúpulos,
de ese que domeña el amor
y roba la luz de mis recuerdos.
Necesitaba sentir que estabas ahí, tú, el de antes,
que no te habías ido, que el hombre metálico, el ladrón,
que me había arañado, había sido sólo delirio.
Deseé por un breve instante, una noche de tierna despedida,
de rituales cuidados, donde el amor que nos tuvimos
se acicalara, hiciera lentamente la maleta,
regara las plantas, apagara la luz,
en el patio de atrás del sueño, en el ancho del abrazo.
Y con la primera luz del alba
se pusiera las botas, diciendo adiós y saliendo a la mañana.