Me sucedió en un foro virtual en el que a menudo se discutía sobre ecologismo, modelo de ciudad y ciclismo urbano. Concretamente, ese día estábamos debatiendo sobre la peatonalización del centro de las ciudades a tenor de una noticia en prensa, en la que se destacaba que el actual consistorio de Valencia estaba revirtiendo algunas de las medidas tomadas en este sentido por el equipo de Joan Ribó.
En esas estábamos cuando un miembro del foro argumentó que la peatonalización del centro de la ciudad aumentaba el turismo. Yo examiné atentamente su observación, reflexioné y se me ocurrió afirmar: “eso es una falacia”. Pero ¡ay! ¡Qué dije! Pronto tuve que explicar que falacia no es mentira sino un argumento erróneo y que era erróneo porque daba a entender que el turismo era consecuencia de la peatonalización cuando el primero depende de muchísimos más factores como, por ejemplo, las ofertas de las agencias de viaje, el precio de la energía e incluso las tensiones geopolíticas regionales.
De nada sirvió, me cayeron como galardón algunos adjetivos calificativos: arrogante, dogmática, brusca, pedante y que soltaba rollos filosóficos. Ya lo dice Monbiot, los ecologistas somos los que llegamos a la fiesta y ponemos la calavera encima de la mesa por eso somos blanco de inquina. Y si además eres mujer: ¡cómo te atreves a argumentar sin agitar graciosamente las pestañas!
Sarcasmos aparte, no me lamentaré porque esta anécdota es una palanca formidable para tratar -de forma breve, pero contundente- dos facetas centrales de nuestro presente atenazado por un planeta exhausto y lobotomizado en el gallinero de las redes sociales.
Empezaré entonces con el fondo de la fatídica afirmación: la peatonalización del centro atrae más turismo. Hay aquí un aspecto básico; Aunque nadie puede negar que las calles peatonales favorecen a los turistas, también favorecen a sus verdaderos habitantes: los vecinos. Y sería absurdo hacer de nuestras ciudades lugares inhabitables para alejar a los turistas.
Pero, además -pesada climática que es una- he de recordar que mi ciudad durante los dos últimos veranos ha batido el récord de noches tropicales. En 2023 superaron la centena y las últimas se vivieron en pleno octubre. Estos veranos asfixiantes y eternos son un problema de primer orden. Un problema que el asfalto, el tráfico y los aires acondicionados retroalimentan y agravan. Así es, el calor que despiden los motores de los coches refuerza el aumento de la temperatura. Y el asfalto no sólo absorbe y mantiene el calor, además impide que crezca la vegetación. Y son las plantas -en especial los árboles- las verdaderas reguladoras climáticas con potencial real de refrescar y bajar la temperatura y purificar el aire que respiramos. Una no es dogmática cuando afirma que el camino para hacer de nuestras ciudades mediterráneas lugares medianamente vivibles pasa ineludiblemente por restringir el tráfico, levantar el asfalto y plantar árboles.
Aclarada así mi posición, entraré en la meta discusión, en la palabrita de marras: falacia. Dice Gregorio Luri que los lectores que poseen un vocabulario pobre leen con dificultad, tropiezan, se confunden, no saben captar los significados contextuales. Es importante -central- para orientarnos en esa jaula de grillos que son las redes sociales. Un idioma rico y cuidado alimenta un pensamiento crítico y algo más certero. Falacia no es una mentira. Una falacia de hecho puede ser hasta una verdad sacada de contexto o incompleta.
Y pondré algunos ejemplos de falacias utilizadas con frecuencia por ese rumor de fondo que supone el negacionismo climático. Por ejemplo, una falacia enorme es la afirmación de que una mayor concentración de dióxido de carbono en nuestra atmósfera es buena porque ayuda a la fotosíntesis, que a su vez contribuye a un mayor crecimiento de las plantas. Y es que esta afirmación -las plantas utilizan el CO2 para construir su cuerpo- es una verdad indiscutible. Sin embargo, es una verdad a medias porque el crecimiento de las plantas también está condicionado a la disposición de nitrógeno, potasio o fósforo, este último escasamente biodisponible. Pero, además, los inconvenientes de una atmósfera saturada de CO2 que se manifiestan en una temperatura global en ascenso , en olas de calor, en los fenómenos extremos y en sequías recurrentes superan con creces los beneficios del potencial “fertilizante” del dióxido de carbono. 1 He aquí un ejemplo de cómo una verdad aislada, sacada de su contexto, no contribuye a la comprensión real de un problema.
Otra falacia de un estilo similar es afirmar que siempre hubo cambios climáticos, que es un proceso natural al margen de nuestras emisiones de gases GEI. Si bien es cierto que las emisiones no son la única variable que condiciona estos procesos climáticos, el CO2 atmosférico está directamente relacionado con la temperatura de la Tierra. Esto tiene un nombre: se llama efecto invernadero. Así pues, nuestra adicción a quemar combustibles fósiles es el catalizador de un efecto invernadero acrecentado y acelerado en varios órdenes de magnitud que está de facto cambiando el clima. 2
Y aunque la viejísima historia de la Tierra ha sido testigo de numerosos cambios climáticos. El Homo sapiens no puede decir lo mismo puesto que su expansión por todos los continentes y sobre todo la invención de la agricultura están estrechamente ligadas al Holoceno, una época de relativa bonanza climática, climas suaves y patrones de temperaturas y lluvias más o menos estables (es decir las estaciones).
Así que sí, siempre hubo cambios climáticos, pero es dudoso que podamos mantener un sistema agrícola mundial capaz de alimentar a más de 8000 millones de personas en un planeta en el que las estaciones se desdibujan, los fenómenos extremos se multiplican y los desiertos colonizan el ecuador del planeta.
Hasta aquí una pequeña muestra de falacias climáticas comúnmente usadas. Un universo que nos rodea y condiciona nuestras opiniones y nuestro pensamiento. Identificarlas es un ejercicio de racionalidad e higiene mental no sea cosa que de tanta confusión acabemos afirmando que para que por fin llueva sólo tenemos que salir de casa con el paraguas.
¡Ay, soy incorregible! Yo y mis rollos filosóficos.
- Sobre esto este artículo: Beneficia el aumento del CO2 a las plantas? ↩
- Me hacen notar que el cambio climático no es un acontecimiento que se dé sino que es un proceso que se desarrolla en intervalos de tiempos inabarcables a escala humana y que nosotros lo estamos acelerando. Agradezco el matiz y por eso añado el adjetivo “acelerado” ↩
4 comentarios en «Notas de mi diario. De mordazas, islas de calor y falacias»
Excelente artículo. Da gusto leerte. Lo que disfruto es la capacidad que tienes de expresar un todo, de argumentar lo substancial de una cuestión de manera redonda, partiendo de una anécdota puntual. Y terminar inspirando enfocada en lo que realmente nos concierne por ser la verdad más dolorosa de afrontar. Es justamente lo opuesto de decir una falacia.
Muchas gracias Doriam por leerme y comentar. No es baladí este tema. Graciasssss
Qué razón y que facilidad de comunicar, da gusto leerte.
Ay Rocio muchas gracias por leerme y prestarme esa atención. (Pensaba que te había respondido). Graciassssss