Hago acopio de mis tristezas las guardo en su lugar con todos los recuerdos,
el calor de las tardes de invierno mirando hacia el Oeste,
Las caricias tórridas, el resuello profundo,
el sudor perlado de mi cuerpo, la soñolencia después de haber amado.
Los valles bañados por el aguacero que nos hostigaba,
el tiempo detenido en cada puerto,
la risa, las sonrisas que vestían hermosas,
y luego las dudas y tu rictus inclemente,
rocío que te cala y no perdona, que ignora tu temblor porque no le importa,
luego la belleza derrumbada, arruinada
y era miércoles y Mayo y dieciocho
y el pequeño diamante largamente atesorado, empañado de decepción,
el recuerdo ambivalente y un oscuro reclamo de justicia que no llega,
que se queda en tu rellano.
Y después,
el abrazo y unos ojos y una paz que te prestan por un rato,
y un hombro y un carro lleno de libros,
un poema y un bastón y un pequeño parque en el que se detiene el verano
y la esperanza y ese vibrante momento de felicidad
agarrada a mi cintura que es corpórea y es un anhelo
y mis sandalias descuidadas en la tierra y esa sonrisa morena.
Hasta que llega el Otoño que arrastra al invierno
y no hay calor sólo tardes mirando al ocaso
pero es otro ocaso y otra ventana,
la misma ciudad y otra vez lágrimas que guardo en su caja,
con todo lo demás y con mi miedo.
11 de Febrero de 2018