Todos los Julios cuando se acercaba el verano, soñaba que nadaba. Mi sueño era azul y tranquilo. Nadaba en un lago extenso y puro, probablemente el lago de mi infancia. No había viento, ni olas, sólo las ondas que mis brazos dibujaban en el agua. Aquel lago era plural y gigante, de fondos insondables. Pero en el centro, de entre las aguas, crecía un roble perfecto que rompía el azul al proyectar su sombra. Aquel árbol, no me preguntéis por qué, estaba acordonado y yo nadaba hacía la cuerda buscando el cobijo de sus ramas. Siempre los soñaba en Julio, hacía calor y yo nadaba.
Así que cuando llegué allí, a miles de kilómetros. En el aquel pequeño bote remando entre palmeras acuáticas y se abrió el lago como horizonte, redondo, pleno, volví a la materia de mi sueños. Pero ese lago era verde, plateado y purpura. Tenía la condición del sol tropical y el sonido de la selva. Amanecer con la vida, dentro de aquel pequeño bote, despertar con la luz y escuchar a los pequeños monos aulladores, ver volar a las exóticas garzas, a las pequeñas cotorras en bandadas, adivinar el lomo dorado de algún caimán…..Colores, olores, sensaciones intensas. Un santuario consagrado es aquel lago, como lo fue el mío que hoy se está apagando. Parece que de lago en lago voy y mi destino es añorarlos.