Anoche perdí mi voz

ANOCHE perdí mi voz.


QUISE buscarla en el fondo del sueño
pero me debatía muda, atada,
en la angustia de encontrarte,
allí, al fondo, y no poder decirte
que siento tu ausencia y el descuido de tus actos,
que todas las veces que te dije “te quiero”,
fue con clara vocación de amar
de impedir que el amor se transformara
en la vergüenza que nos empuja a protegernos.
Que no quise ser vulnerable,
que quise, amándote, ser valiente.
Pero una de cada tres,
de cada tres veces que te dije “te quiero”
dijiste que te irías.
Una de cada tres, me lastimaste.


NO sé por qué persistí,
en tu lecho, en tu mesa, en tus días.


TAL vez porque transitábamos libres por las estaciones,
recorriendo despacio la maravilla de sentir el sol,
las piernas cansadas, el viaje interminable y lento
a minuciosos golpes de biela y esas montañas imponentes
mientras descendíamos y el crespúsculo invadía la luz y
buscábamos refugio.


Y AHORA he de esforzarme porque la maravilla
no la trajiste tú, tampoco era tal por compartida,
estuvo siempre al final de mí, en esa voz muda,
desatándose,
en busca del sentido, de la canción que amaine la tormenta,
que apague el ciclón


que angustia el paisaje onírico y triste de mi sueño

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