1
Por ti
le arranco al tiempo cada prenda,
cada marca del duelo,
los surcos de mi rostro y de tu rostro.
Desnudos, suplicantes a las filas
de la lumbre,
antorcha con tu cuerpo mineral,
de hombre prendido a la montaña
que atraviesa las eras al filo de la risa,
que era tuya y era mía,
que rebosa la copa azul de nuestra infancia.
2
Para que tú y yo nos reconozcamos,
-en este meandro del tiempo que vuelve sobre sí mismo-,
tuvo que volver sobre sus pasos una galaxia.
Para ponernos enfrente,
despojados, sorprendidos,
en íntima comunión con la destreza
de conocerse y cultivarse
como cultivas tu huerto en primavera.
3
Quiero coger tu mano,
llevarla allí donde me escondo.
En el rincón fragante de los lirios
y golondrinas sedentarias,
selva en mi vientre acantilado.
A salvo del tifón de junio,
que nos arroja al vacío.
A salvo del deshielo.
4
Sólo mis piernas absolutas
y tus pies de ave incorregible,
con los ojos limpios de sombras,
por el sendero iluminado de luciérnagas azules
que van dejando un rastro imperceptible:
tu aliento y el mío conjugados en la nieve.
5
Y ascendemos descalzos, denodados,
por la senda del hielo,
salpicada de estrellas
que la noche olvidó en sus orillas.
(En nuestros pasos, libres de hollín ,
la promesa de un mundo intacto)
6
Alcanzamos la cima al fin,
a un solo tiempo en la cumbre nevada,
la montaña te corona y soy yo
y a ella llegas
cuando coronas mis hombros.
Y recogemos del cielo ,
al unísono,
los blancos nardos del suspiro,
ese sonido breve de abeja saciada
que esparce su polen húmedo y fecundo
sobre la cordillera.
7
Sentirnos y vivirnos, en los labios
yo en ti, tú en mí,
sobrevolando la montaña encanecida
por los restos de diciembre
No para siempre, solo en tiempos de deshielo.