En tus ojos mansos me gusta detenerme.
Tras ellos estás tú, la risa y el otoño
de los hombres benévolos y justos,
los de la raza humilde que rastrean estrellas.
Sé que ni elevando mis dos talones alcanzo
a llamarte por tu nombre y que tú me respondas.
Junio se fue llorando y deslució la flor
que componíamos.
Pero a ratos te sueño compañero,
próximo, tus manos sobre mi talle,
tu voz sobre mi voz o sueño con la plaza
despejada y clemente de tus brazos redondos,
donde cabe mi tarde de gorrión abatido,
el fulgor de aquel parque y mis anhelos.
Sé que tampoco de puntillas logro
acariciarte pero algunas mañanas sueño
que soy línea aleteante,
que en las noches me guardas
en los renglones de tus pensamientos.
Que mi sonrisa y el modo en que te miro
te devuelven tu imagen clara, sin distorsiones,
de espíritu arbóreo y que al leerme te reconoces.
Te bendigo en cada una de tus vidas.
Y al fin aprendo que el amor es amplio,
que dentro descansan los tres abrazos,
el que calma, el que duele y el que eleva.
Que juntas, piedad y despedidas, arropan el invierno.
Febrero 2018