−¿Y dónde vas? −me preguntó.
−Voy en bici a una playa nudista para bañarme con la última luz del día. Lo hago todas las tardes −respondí.
−Cuando vuelva me dejas una bici y te acompaño.
−Claro, por mí perfecto, ¿haces nudismo?
−No, en Italia no es costumbre. Lo haré por primera vez contigo.
Soy excéntrica, quienes me conocen lo saben. Además, practico el nudismo por afición, con convicción y hasta como símbolo de rebelión. Este hombre era un contacto de Tinder, de estos con los que quedas una sola vez, pasas un buen rato conversando, no sucede nada y terminan engrosando tu agenda telefónica. Era un hombre atractivo y de una llamativa curiosidad, de estas personas que preguntan sin cansancio y te incitan a hablar todo el tiempo. Lo conocía y tenía un buen recuerdo de nuestra única cita, un año atrás, así que me pareció bien volver a verlo, pero esta vez -como dicen en mi pueblo- en burrigañas.
Y así lo hicimos, disfrutó muchísimo del paseo en bici y yo me divertí con su pequeña vergüenza de estar desnudo en las duchas delante del paseo marítimo. Merendamos sandía y las horas se nos esfumaron hablando de viajes en bicicleta y literatura italiana. Y no, no hubo sexo. Nuestra cita, realmente, no iba de eso, iba de la libertad. De esa sensación de fracturar hasta la barrera del aire cuando vuelas en bici y de esa extensa y secreta caricia que la comunión del mar y del sol te obsequia cuando te bañas desnudo.
Pero, además, si profundizo y ahondo en el trasfondo de este encuentro, en su dimensión simbólica y metafísica, no puedo dejar de observar lo distinto, sencillo y radical que sería un mundo en el que nos acercáramos a los demás exentos de máscaras, sin doblez, reales, al fin desnudos. Sin trampa ni cartón.
2 comentarios en «Notas de mi diario. Sin trampa ni cartón.»
m’encanta…
¡Muchas gracias por leerme Juan Ramón!