Ya estamos en febrero. Casi un año de aquel lobo feroz que abrió mi puerta y me miró. Y, desde el fondo de sus iris verdes, me dijo con descaro que quería devorarme, pero se quedó en las mantillas, en lobito patoso y desgalichado. Y mira que yo me aderecé con sal y con pimienta y un toque de durazno. Sin embargo, de nada sirvieron mis talentos de embaucadora, ni mis dotes de amante, ni mis cuentos ardientes. Se fue agotando el año y al final el pobrecito Eros que desempolvé del baúl de Sheherazade se fue por el retrete de los desdeñados. -No lo voy a lamentar, pues como dice una habanera, conozco otros enredos que dieron mucha más pena-
Ahora estoy en metamorfosis. Entretenida en mi literatura, escribiendo a mi tótem que seguramente será una gata o una esfinge -mitad pantera mitad mujer- o la mismísima Afrodita. Reclamando que este nuevo febrero me traiga un nuevo animal. Pero, por favor, que me acaricie con uñas de luz y garras de almizcle, que no olvide consultarme con los dientes y con las yemas, que nos despertemos y que sea suave y que sea domingo y, de nuevo, febrero.
Eterno y siempre vivo, Julio Cortázar.