En una clarividente conferencia Yayo Herrero hacía referencia a uno de los puntos centrales de la ideología nazi: el espacio vital (Lebensraum ). Sobre este principio ideológico se sostuvo toda la política territorial expansionista nazi. Los arios necesitaban y tenían un derecho natural a mayor espacio vital que los pueblos originarios de las tierras ocupadas; así pues, la deportación, el exterminio y la esclavitud estaban justificados. Todos conocemos las cifras genocidas de esta espeluznante historia. Si lo pensamos bien, si reflexionamos sobre la huella ecológica, sobre la gran cantidad de materias primas que proceden de otros lugares y que son esenciales para sostener nuestra civilización industrial, y que se obtienen a costa de los derechos fundamentales de miles de comunidades, llegamos sin demasiado esfuerzo a la conclusión de que nuestros estilos de vidas “imperiales”, nuestra huella ecológica, es una versión actualizada y cínica del Lebensraum.
Estos días atrás nos hemos horrorizado por las imágenes que nos han llegado desde Grecia, esas imágenes en las que se hostiga, se maltrata y se niegan los derechos más básicos de los refugiados sirios. -1 millón de refugiados que han sido empujados hasta nuestras fronteras por los horrores de la guerra-. Hay que hacer un esfuerzo serio, muy serio, de reflexión y pensar en qué lado de la historia queremos estar, porque en la próximas décadas (probablemente en esta misma década), paulatinamente, millones de personas serán empujadas a abandonar sus territorios por las consecuencias del cambio climático que tiene todo el potencial de volver a dibujar los mapas. Ni siquiera nosotros, los españoles, estaremos a salvo, el desierto pesa como una losa sobre el Mediterráneo, la aridez nos expulsará de nuestras tierras. El cambio climático supondrá la gran dispersión y pondrá a prueba nuestra capacidad como pueblos de moldear identidades, de arrimar el hombro, de ser solidarios y justos.
Por esto no basta, por desgracia, con exigir que se respeten derechos básicos como el de asilo, no basta con declararnos solidarios y reclamar una Europa justa y humanitaria, no basta si además no hacemos una reflexión material sobre cómo están ordenadas nuestras vidas y no asumimos que tenemos que decrecer. Es de todos sabido, que vivimos en un planeta de recursos finitos y estamos traspasando los límites. En un planeta así, el crecimiento es un juego de suma cero, es decir todo lo que te apropias de más se lo estás robando a otro. Nuestras sociedades tienen un impacto brutal en la biosfera y en consecuencia la vida buena de millones de personas (y otros seres vivos) está amenazada. La globalización es una especie de guerra, una especie de fascismo, es la guerra moderna a través de la cual una pequeña porción del mundo esclaviza a millones. El crecimiento económico está directamente relacionado con la quema de combustibles fósiles y la quema de combustibles fósiles está directamente relacionado con las emisiones de CO2, por lo tanto, la producción industrial, basada en el sistema mundial de transporte a través del cual se mueven millones de toneladas de materias primas y personas de parte a parte del planeta, es inviable, es injusta y será imposible
No voy a decir aquí que este es un problema de nuestros hábitos, que es un problema individual, lo verdaderamente espinoso es que es una cuestión profundamente estructural, una trampa estructural. La máquina del crecimiento económico nos tiene atrapados e indefensos en un funesto: “pan para hoy y hambre para mañana”. Pero tendremos que ser conscientes que una vida más austera y más local es una vida más justa para con el otro y que en el futuro se tambalearán las fronteras, las identidades, nuestros paisajes y tendremos que trascender nuestra concepción de tribu y ampliar nuestro concepto de vecindad y expandir la solidaridad. No nos queda otro remedio, las bases de la vida en el sistema Tierra están cada vez más minadas y además nuestro sistema económico que depende esencialmente de una materia escasa como el petróleo está sentenciado.
Si me lees y tienes una preocupación auténtica por la vida de otrxs, te invito a que hagas un pequeño estudio sobre en qué se sustentan nuestras vidas prosperas, sobre los límites planetarios, es un análisis imprescindible para entender por qué nuestra huella ecológica es otra forma de fascismo. Vidas imperiales, vidas privilegiadas o vidas justas y más humanas, he aquí la disyuntiva.
Nota: Vidas imperiales es un término que suele utilizar Jorge Riechmann