En las líneas de tu memoria,
volcadas sobre el folio blanco,
sobre los pobres, torpes renglones
la pulsión de las flores se expande
y ya no juegas, el cuerpo es polen.
Y ahí, en tu pecho, florecen besos
que con determinada fiereza
alivian el miedo a los delirios.
¿A qué resguardo pusiste la caricia
de aquella que siempre te amaba?
que partida arrastra por la casa
el aliento en ciernes de otras vidas.
El olor de la ropa lavada
-con que suavidad frunce tus sueños-
La noche olvida un beso en tu frente,
en duermevela, allí, entre las sábanas,
y ella susurra: mi niña, ¡qué guapa eres!