Debe haber alguna prestigiosa escuela de negocio, de la que salen bien formados esos señores siempre de traje, como de serie, y en esa escuela aprenden sucias técnicas. Y esos señores siempre de traje, como de serie, seguro sacaron un 10 en el arte de coaccionar, un 9 en manipulación sibilina, probablemente superaron expectativas en tergiversar y echar balones fuera y la calificación de doctores en faltar a su palabra. La honestidad, la integridad, la empatía deben obligatoriamente ser enterradas y hasta borradas para superar el curso.
A mi me parece imaginar que estos señores, siempre de traje, como de serie, no tienen hogar, viven en cajas, no usan zapatillas de andar por casa y jamás se compraron unas bermudas. Y cuando la noche se cierra duermen en una cama de cuerpo y medio, apretaditos y haciendo la cucharita con el mismísimo diablo y como el diablo destiñe, por eso suelen lucir, esos señores, siempre de traje, como de serie, un tono sonrosadito.
Y suele ser común en esos señores, siempre de traje, como de serie, que nunca firmen nada donde den su palabra de honor, porque no tienen honor, porque vender el honor por un contrato blindado es práctica habitual e imprescindible en esa profesión.
Advertencia: los personajes de esta fábula tienen su réplica en el mundo real.
Autora: yo misma en ebullición.
Agosto de 2011