Voy a soplar suavemente sobre las dunas de ese desierto sin caminos que nos separa. Abrirlo así, con decisión, y atravesarlo, valiente, como una avecilla que lucha contra la estación inclemente de la vergüenza y los reparos. Y en el centro de la estepa invocar en nombre del cariño, un clavel o una rosa o mi mano o una palabra o mi mirada: algo, que condense en un pequeño gesto, todos los abrazos de este mundo.
O puedo intentar lanzar una paloma mensajera al aire para que se marchara del palomar de los afectos con sus alas cargadas de emoción y de toda la confianza que entrega al mundo el niño que va de la mano de su madre, o cargadas de la seguridad plena que atesora la luz violeta cuando por fin encuentra el resquicio por el que amanecer. Y mi paloma mensajera de alegres alas no llevaría mensajes elocuentes ni grandes discursos, solo llevaría mis ganas de arrancarte miedo, de conjurarlo con ternura, de echarlo a tierra.
Y si nada de eso funcionase, si no pudiera atravesar el desierto y mi paloma se quedase rota en el fondo del palomar, entonces sería luna; luna, sol y eclipse, para hacer de la noche y el día uno solo y combinar la luz y la oscuridad en un ópalo iridiscente que guardase todas las carcajadas de la infancia y que retuviese el rumor de los jilgueros sobre la tarde cuando se divierten entre los naranjos. Y con ese ámbar precioso hecho de eclipses y de bendiciones, haría de estas sombras solo preludio de la luz, los amores y la vida.
Una bonita y compañerísima tarde de octubre Marivi -querida y sensible- nos regalo la foto que encabeza este Desideratum.