De soledad escogida
cruzo el valle y atravieso
las cavernosas entrañas
de los montes.
Desando de uno en uno
los recuerdos que me llevan
al tiempo en que viajábamos
sobre el trazado de nuestros
corazones.
Desando tus besos,
las lenguas del río
que nos lamió desnudos.
Desando las piedras,
la herida del camino,
el surco de tus ruedas
Desando las lunas
del pleno verano
que nos dieron refugio.
Desando la huella
de tu yema en mi pecho,
las angostas gargantas,
el páramo, el puerto.
Desando el almíbar
que robamos del árbol.
Desando tu cuerpo.
Aguerrida y empecinada
desando las sombras
de tus pasos
y caigo de la tierra alta
¿Qué haré con esta soledad
que arrastro por los senderos?
Encontraré la dorada colina
salpimentada de olivos
que nos entregó la tarde lejana
de aquel septiembre lejano,
un irrepetible ocaso.
Encontraré la colina
y cansada de desandar lo andado
le hablaré largamente
y sabrá de mi destierro.
Entonaré en la colina
una despedida y el gris
olivo cantará al viento
que mece a los verdes cuervos
y acaricia los peinados
campos de trigo.
Así voy de peregrina
con mi soledad a cuestas
y la ausencia en mis alforjas.
Sin paz ni asilo en las voces,
atesorando pequeños consuelos
en los vuelos, en los trinos
del más humilde pájaro.
Así voy yo
desandando nuestro rastro.