Estos días atrás en clase 1 hablábamos sobre el desnivel prometeico de nuestra civilización: Es tan difícil percibir -y aceptar- que nuestras acciones, nuestros hábitos de aparente trivialidad conllevan unas repercusiones tan gigantes que intentamos disociar nuestros actos de sus consecuencias. El faro de la moral languidece y seguimos hacia delante arrastrados por la inercia de la irreflexión.
En eso pensaba esta Semana Santa, alojada en un lugar terriblemente urbanizado junto al Mediterráneo, coches de un lado para otro a velocidades imposibles, colinas excavadas y mordidas por la especulación urbanística y campos y campos de monocultivos. Y solo al fondo una muralla de roca, alta y exigente, recortada sobre el cielo y en apariencia incólume.
Me decían: no te empeñes en mirar atrás, a lo feo, mira a la montaña. Pero no es posible hacerlo. Si omitimos de nuestras vidas aquello que es manantial del sufrimiento ajeno y lo omitimos porque tiene el potencial de desordenarlas, ¿cómo podemos llegar algún tipo de consciencia que merezca ser llamada humana?
Aunque, ¿podemos culparnos? No es tarea sencilla comprender. Te levantas por las mañanas y te sumas al tráfico imbuido en tus pensamientos, preocupado por la hora, inmerso en esa marea de luces, de tubos de escape y miras el móvil, escuchas la voz pausada de tu GPS y todo es tan automático y parece tan inofensivo. Y es que nuestra tecnosfera es compleja, muy compleja y entender el alcance de nuestras acciones cotidianas, que la tecnología y la energía propician, requiere un esfuerzo enorme de estudio y de alfabetización ecológica. Y luego está esa otra parte -no menos importante- esa que nos habla de ese primate que aún habitamos. ¿De qué manera podemos hacer propio el sufrimiento que no vemos? ¿Cómo podemos trascender los cercos morales de nuestra tribu para abarcar aquello que está alejado en el tiempo, la forma y el espacio 2 ?
Prometeo quiso hacernos un regalo, a nosotros pobres monos desnudos, sin garras y sin dientes, nos regaló el don de la tecnología para defendernos de la naturaleza, pero olvidó darnos la capacidad de imaginar, de entender (de sentir) la magnitud de sus efectos. Y por eso estamos aquí, maldecidos y paralizados, en medio de esta absurda incongruencia, la misma que te dice disfruta de estas montañas y dale la espalda a la red de carreteras que te han traído hasta aquí.
- En las clases de Yayo Herrero del MHESTE ↩
- Sobre los cercos morales, está conferencia de Chantal Maillard: ↩
2 comentarios en «De espaldas a la montaña»
En ese debate estamos y seguiremos estando porque la tecnología avanza a un ritmo que nada tiene que ver con esa idílica foto que preside tu escrito. Así que a disfrutar de lo que tenemos todavía y a seguir luchando por que el deterioro medioambiental no prosiga. Suerte y abrazo
¡Olvidé contestar! Todo por hacer y a veces nos cansamos porque los peores pronósticos se van haciendo realidad. Un abrazo de vuelta.