Tengo un poema no escrito enmarañado con el que ahora escribo. Penas que arrastran otras penas. Poemas que invocan poemas. Los dos hablan de pérdida, de ausencias. Los corazones que nos acompañan están destinados a marcharse. A veces se los lleva el viento que los va meciendo para depositarlos en otros lechos. Pero otras nos los arranca la propia tierra, la incruenta e irreverente tierra. Y allí se quedan para siempre nuestros corazones amados volviendo lentamente a la materia del planeta.
Así te fuiste tú un día, bella, hermosa, elegante, delicada, docta. Tú que con amor me criaste, en soledad te marchaste. No supe entender la fragilidad que te embargaba y hoy tengo esas palabras de perdón agolpadas en los dedos y hechas un nudo en la garganta.
Pero vuestros abrazos redimen. Y los de hoy tenían la cualidad del descanso. Si celebramos la vida, celebremos tu partida. Pues supiste dar lo mejor de ti, aquello que tenías. Y en el mundo quedan los ecos para siempre de los muertos que nos aman. De ti en mí llevo tu barbilla y tu pasión por las palabras. De él llevamos todos, los veranos de bicicletas doradas, los atardeceres pausados y el sonido de una flauta.