¿Contracultura? Muévete en bici.

Esta semana dos  de las entradas de mayor afluencia de tráfico de mi ciudad amanecieron adornadas con pancartas como la de la foto.  Por supuesto los periódicos locales y las redes sociales se hicieron eco avivando un debate cada vez más candente: el espacio público que ocupa la bicicleta en las ciudades. Hace dos semanas otro periódico publicaba un artículo titulado “Clamor en defensa del peatón”. Este artículo, perverso en su concepción, basicamente criticaba la gestión del consistorio barcelonés  por la construcción y promoción de múltiples carriles bicis en Barcelona desde su elección. Decía que muchos de los problemas de movilidad que estaban teniendo los peatones en la ciudad condal estaban provocados por la prioridad que Ada Colau y su equipo le estaban dando a las bicicletas.

En sociedades complejas como las nuestras, en las que es difícil acceder a toda la información y en las que además existe cierta manipulación en mayor o menor grado intencionada, cuando uno lee textos como estos y además los confronta con su propia experiencia práctica es muy posible que acabe concluyendo que efectivamente en las calles de nuestras ciudades hay una invasión de las bicicletas en el espacio que ocupa el  peatón. En apariencia es así, pero como en realidad socialmente padecemos una especie de presbicia que nos impide apreciar los detalles muy de cerca, si analizamos este tema detenidamente y nos vamos alejando comprobaremos que la verdadera invasión del espacio público no es sino la de los coches. Imaginemos pues que tenemos varias gafas -aprovechando el símil del libro “Cambiar las gafas para mirar el mundo”– de distinta graduación y para analizar la supuesta guerra entre peatones y bicicletas, nos las iremos probando hasta conseguir apreciar todos y cada uno de los detalles relevantes de esta discusión.

54.000 vehículos circulan diariamente por Germanías

Si nos ponemos las primeras gafas y reflexionamos sobre las consecuencias de esa guerra entre peatones y ciclistas y acudimos a las estadísticas de accidente de tráfico y atropellos, a poco que buceemos en la hemeroteca encontraremos muchos titulares como este donde nos cuentan que por ejemplo en 2015, unas 27 personas de media  eran atropelladas (por los coches) diariamente en España. Las estadísticas son abrumadoras. El conflicto real, el que tenemos normalizado, es el de los automóviles y los ciudadanos que se mueven con sus piernas. Las calles de nuestras ciudades son peligrosas autopistas donde peatones y ciclistas nos jugamos en muchas ocasiones la vida. Así que digámoslo sin tapujos: ¡Los coches son máquinas de matar!

Tu humo, mi cáncer

Pero avanzando un poco más si nos probamos las segundas gafas y seguimos profundizando. Vemos que no sólo el coche es un peligro que pone en riesgo nuestra integridad física individual sino que además es un problema de salud pública. A finales del 2017 la prensa nos informaba que debido a la falta de lluvias y a la creciente contaminación ambiental urbana, 18 ciudades españolas habían superado los límites de Dióxido de Nitrógeno permitidos por la Unión Europea. Y esta contaminación ambiental que respiramos según la propia Organización Mundial de la Salud aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, neumonías crónicas, cáncer del pulmón y enfermedades cardiovasculares. Se calcula que más de 1,3 millones de personas mueren todos los años en el mundo a causa de la contaminación urbana o dicho de otra manera y sólo en Europa “los costes de la mala calidad del aire son el 10% del PIB de la región”.  Es evidente entonces que si reducimos el tráfico motorizado, reduciremos el gasto público sanitario y ganaremos en salud.

El Cambio Climático va de hambre

Pero no nos quedemos aquí y probémonos las terceras gafas para enfocar el problema aún con más detalle.  Este año 2017 que hemos dejado atrás ha batido todos los récords de temperatura media del planeta y además la capa de hielo del Ártico ha sido la más delgada de cualquier invierno de los que se tengan registros. A estas alturas ya nadie duda que el Cambio Climático es una amenaza muy real para todo el globo. Y que este Cambio Climático está provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero. Y a estas alturas todos sabemos que una de las más importantes fuentes de CO2  es precisamente el tubo de escape de los motores de combustión.  Y para centrar nuestra atención es necesario puntualizar que hablar de cambio climático es hablar de un clima inestable, de estaciones sin patrón y por lo tanto es hablar de serios riesgos para gran parte de los cultivos del planeta, es por lo tanto hablar de HAMBRE. Y esto es un tema tan trascendente, que desde ya deberíamos estar cuestionando nuestra forma de movernos.

Ciudades post-carbono sí o sí

Pero avanzando un poco más y probándonos las últimas gafas, de repente, adquirimos una claridad cristalina y  nos damos cuenta de que vivimos en una sociedad absolutamente fosilista.  Todos los aspectos de nuestras ciudades giran en torno a la disposición de una fuente de energía hasta el momento barata: el petróleo. Y en especial, la agricultura industrial y esa red de transportes motorizados que afluyen a nuestro barrios para proveernos de alimentos y otras materias primas que  son posibles gracias a los hidrocarburos.  Y hay que recordar que esta fuente de energía es finita y que estamos agotando las reservas petroleras del planeta. Esto no es ningún secreto, la propia Agencia Internacional de la Energía lo viene reconociendo desde hace ya algunos años.

Esta dependencia nos hace brutalmente vulnerables como sociedad. Es imperativo abordar una transformación energética y en particular cambiar nuestro modelo de transporte apostando decididamente por el transporte público, apostando especificamente por el ferrocarril y fomentando que las distancias cortas en las ciudades se recorran mediante bicicletas, patinetes eléctricos, etc.  Cuanto más cortos sean los circuitos que nos abastecen de alimentos, cuanto más adaptemos nuestras rutinas diarias al transporte público, cuanto más nos acostumbremos a usar la bicicleta y minimicemos los recorridos diarios que hagamos, cuanto más empeño pongamos en construir ciudades  bajas en carbono, seremos más resilientes y capaces de afrontar con más garantías la escasez energética y el declive del petróleo.

Moverte en bici es un acto político

Y ahora que gracias a nuestras gafas tenemos una visión completa del conjunto nos sobreviene un profundo desaliento.  Porque un ciudadano que lleve las mismas gafas que llevamos nosotros y aprecie la situación con todas sus implicaciones, estaría desde el primer minuto no pidiendo que  las bicicletas no suban a las aceras, no pediría que no construyan más carriles bicis. Lo que ese ciudadano pediría es que se le robara el espacio al coche, que hubiera más calles 30, más vías ciclistas en las grandes avenidas, más calles a contramano para las bicicletas y sobre todas las cosas pediría que se fomentase con ahínco el transporte público en especial los trenes de cercanías en los últimos años tan abandonados.

Un ciudadano consciente y responsable no cuestionaría a un consistorio porque fomenta el uso de la bicicleta, cuestionaría que no se fortalezca el transporte público y que no se trabaje en los cambios estructurales necesarios para ir relegando sus vehículos privados. Un ciudadano que llevase nuestras gafas no se dejaría engañar y cuando leyese que las bicicletas roban el espacio del peatón miraría a nuestras calles atestadas de coches  y reclamaría todos esos espacios muertos en los que se estacionan miles de vehículos para hacer jardines, pequeños huertos, plazuelas  y carriles bicis.

Lamentablemente la percepción de la sociedad está muy alejada de los desafíos ya próximos que nos esperan. Seguimos aferrados a un estilo de vida que es posible gracias al vehículo privado y nos resulta muy difícil admitir que tiene los días contados y que no es ya que no podamos seguir usándolo sino que sencillamente no debemos hacerlo. Hemos subido los automóviles a los altares y los hemos convertido en nuestras vacas sagradas.

Y las bicicletas, pequeñas, molestas, crecientes que obligan a las moles a seguirlas sin poder apretar el acelerador, han llegado para reclamar las calles, las avenidas y hasta el propio aire que respiramos. Y por esta razón, porque le roban al conductor la posibilidad de acelerar para detenerse en el siguiente semáforo un poco más tarde, molestan. Y es que nuestras calles no nos pertenecen, no pertenecen  a las ciclistas, no pertenecen a los niños ni a las ancianas, nuestras calles pertenecen a los coches.

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Así que cruzar en bici la ciudad es pura contracultura, es un acto político, un hábito resiliente y resistente que mientras fortalece nuestras piernas obliga ineludiblemente a nuestros conciudadanos a preguntarse por el espacio público, por el aire que respiramos, por el urbanismo de nuestras ciudades en torno al tráfico motorizado. En bici exigimos que nos devuelvan la ciudad. Y por eso que una mañana de febrero amanezcan las pasarelas de Valencia diciendo: “¿Atascado? ¡Viva la bici!” , es una muestra clara de que los colectivos ciclistas y ecologistas estamos vivos, estamos aquí y ahora haciendo verdadera política.


Recursos de interés para profundizar en las cuestiones esbozadas:

1) Sobre Cambio Climático:

2) Sobre crisis energética y Peak Oil:

Nota aclaratoria:
Algunos de los lectores al leer este artículo pensarán automáticamente que la autora se ha olvidado del coche eléctrico. La omisión es intencionada puesto que el coche eléctrico no es un opción. Aunque para hilar más fino, en realidad afirmaré que lo que no es un opción es la figura del vehículo privado. El planeta tiene límites como se argumenta extensamente en estas jornadas y tanto el litio, el cobalto necesarios para las baterías y las cantidades ingentes de cobre que se necesitarían para recargar nuestros cochecitos, son minerales escasos y sujetos a sus propios picos. Además si actualmente se calcula que hay 1200 millones de coches en el mundo y quisiéramos cambiarlos por coches movidos por gigantes baterías, tendríamos otro problema de contaminación descomunal una vez terminada la vida útil de dichas baterías. Hay que recordarlo, en realidad el cambio que necesitamos es cultural, no tecnológico.

Sobre el coche eléctrico, estudiado profusamente, este recurso: http://crashoil.blogspot.com.es/2014/05/analisis-en-profundidad-sobre-la.html

Y más recientemente los resultados publicados del Proyecto Medeas:

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