Orejas desplegables
Había un hombre que marchaba por el mundo con los ojos abiertos, la sonrisa de una ventana al sur, y una voz melódica. Este hombre no gustaba de más contratos que el de los pinceles con los muros, gustaba de bailar y de ondear banderas y amaba la bicicleta, tenía su propio pulso y forma de vivir. Tenía muchas virtudes y supongo que algún buen puñado de defectos pero sobre todas las cosas tenía un don muy especial. Le podías mirar de perfil y le veías unas orejas pequeñitas y tostaditas por el sol. Parecían una orejillas corrientes, pero cuando […]