A las edades de Gaia

Diserta, cantarina, la cigarra al alba
que en la red de la vida, el breve nos sostiene

Percusionista muda y encubierta
pregón fragante de tu mediodía.
declama a la mañana tornasolada,
y al arroyo devuelve el rastro de la libélula.

Ella con sus escamas irisadas
se detiene resuelta en los claveles.
Y a la hora de la siesta el polvo fértil
se posa sobre el hombre y despoja a la azucena.

Dale voz oculta en el cerezo cuando implora:
¡El ser más nimio apuntala al más gigante!

El viento violenta el remanso, la tarde se  cierra,
lo vivo propicia lo vivo,
y el hombre que lo ignoraba
entre sus negras, negras mieles enreja a las obreras.

Tristes. El río, el árbol y el hombre
al fin se extienden, solos, a descansar
en los tapices tenaces y espesos
que escoge, desorientada, el hada Monarca. 

En el zum, zum de los celestes pétalos,
titila, centellea y anuncia a la luciérnaga.

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